domingo, 17 de noviembre de 2013

El Maitén, Chubut: El primer encuentro (20 de febrero de 1949)

El Maitén, Chubut: El primer encuentro (20 de febrero de 1949)
por Dr Roberto Banchs
Crédito: Visión OVNI  



El Maitén
El antecedente más remoto que se dispone, desde la era de Arnold, sobre el aterriza­je de un OVNI y la presencia de sus ocupantes en el territorio argentino, es el ocurrido el domingo 20 de febrero de 1949 en El Maitén, un pequeño poblado muy cerca de la frontera de Río Negro, en el rincón noroeste de la provincia de Chubut. Lugar de pai­saje árido para la región y montañoso, que debe su nombre indígena españolizado por tener un árbol sus ramas colgantes en ramillete.

La información fue reflotada al recuerdo por el matutino Clarín en 1970 (1), por da­tos que suministró a través de una carta Eulogio Pereyra, dirigida a una emisora ra­dial de Buenos Aires (Radio Belgrano). En ella, expuso el descenso y aterrizaje de un OVNI, que habría llegado a quemar el lugar del presunto asentamiento. Y también, el descenso de tres hombres de peculiar aspecto.

El locutor Carlos Iglesias fue el responsable de comunicar al país el hecho histórico que produjo, ante las acusaciones al grupo de jóvenes periodistas, la necesidad de trasladarse al lugar para confirmar el singular episodio. Una noche y un día en tren, más doce horas en jeep, es lo que demoraron en llegar. La indagación periodística ratificó parcialmente los datos proporcionados por Pereyra mediante otro de los testigos, Antonio de la Iglesia, quien sostuvo que junto a un grupo de pobladores vieron desde la estación ferroviaria (que unía para el transporte de cargas, Ingeniero Jaccobacci y Esquel, en una época de mayor prosperidad), cómo el OVNI bajó a unos 500 metros lanzando luces en el mismo poblado, que por entonces tenía apenas un destacamento policial,­ un puesto de gendarmería, un galpón del ferrocarril -junto al angosto andén-, y una casa a medio terminar. Más alejadas, algunas chacras.

Frente a la publicación del matutino, que rememoraba el hecho, nuestro colaborador Ri­cardo M. Dobelli solicitó más detalles (2), logrando en esa ocasión precisar la fecha exacta del episodio, y corregir la anterior que lo situaba en 1948. También se indicó que una posterior investigación ha permitido establecer que Eulogio Pereyra no vivía en el lugar. Empero, dos o tres testigos parecen haber confirmado la existencia del supuesto aterrizaje, por versiones recogidas de gente que habitaba a unos 20 kilómetros de la localidad. Fue imposible -concluye la nota- obtener más detalles.

Visita a la zona del incidente
Llevados por el interés que motiva estas denuncias, nos trasladamos a fines de enero de 1978 -casi treinta años después-, con el propósito de conocer los pormenores de a­quel encuentro. Arribar al poblado tampoco estuvo exento de dificultades, lejos aún de convertirse en un atractivo turístico por el tren trochita. Sin demasiadas esperanzas de encontrar a los testigos, y menos aún evidencias materiales de los hechos narrados, pudimos averiguar que tanto E. Pereyra como A. de la Iglesia, habían fallecido hacía varios años atrás. No obstan­te, los familiares de este último pudieron confirmarnos el aterrizaje del OVNI.

Continuando con la indagación del viejo evento, localizamos a Edmundo C. Sánchez, también testigo del OVNI y encargado de una estación de servicio de combustible, que por aquella época era miembro de la Gendarmería. Supo confirmarnos la observación de ese extraño fenómeno que surcó el cielo, de oeste a este, para tocar tierra en direc­ción hacia donde se halla emplazado el puesto policial, ante la expectativa de tres o cuatro testigos. Uno de ellos -recuerda-, venía siguiendo al OVNI con su automóvil.

Sánchez nos manifestó que estando de guardia, llegó un viajante de comer­cio, sobreexcitado y aturdido, denunciando que se hallaba a las 4,45 horas en las proximidades del pueblo, circulando con su vehículo, cuando repentinamente apareció un objeto inusual del que surgieron tres figuras de apariencia humana, vestidas con una llamativa indumentaria y con destellos que les salían de un casco que llevaban en sus cabezas. Estos personajes estaban unidos al objeto a través de unos cables o cordones, e instaron al viajante a detenerse.

La identidad del testigo quedó en el olvido, pero nos ha dejado algunas piezas de su testimonio, con viso de una desfigurada realidad y halo de leyenda.

Referencias

(1) Clarín, Buenos Aires, 13 marzo 1970, p. 52.

(2) Ibíd., 29 marzo 1970.

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